Lo imaginamos y soñamos muchas veces: estar en El Sauz, este hermoso pueblito de Hidalgo, en las faldas del cerro El Fraile, entre cactus y magueyes, en la casa de la abuela Luisa, comiendo gualumbus a la mexicana y escamoles, riéndonos y platicando con ella. Pero todo se quedó en un sueño.
Añoramos ese encuentro entre la bisabuela Luisa y Emiliano y podríamos enumerar más cosas que hoy se quedan en un eterno anhelo, pues equívocamente pensamos que llegaríamos a tiempo y el pasado miércoles nos hablaron de manera urgente para ir a verla, porque la abuelita ya estaba hospitalizada en Pachuca.
Por fortuna Arturo aún alcanzó a hablar con ella y lo reconoció apretándole la mano, pues ya no podía hablar y él platicó lo que pudo con ella en el cuarto del hospital. Poco antes de la medianoche, doña Luisa abandonó este plano terrenal. Las lágrimas llegaron y la tristeza invadió nuestros corazones, y lamentamos mucho no haber estado antes con ella. Por mi parte, se me partió el alma, porque a pesar de haber estado tantos años con Arturo, no tuve el gusto de haber venido a conocerla antes.
Teníamos que irnos al Sauz, donde vivía la abuela Luisa. La camioneta del tío que se disponía a llevarnos se descompuso, esperamos unas dos horas en lo que la repararon y tras un largo camino por carretera desde Pachuca, llegamos a este añorado pueblito casi al amanecer del jueves, alumbrándonos con la lámpara y nos acomodamos en la casa de la tía Toña, quien amablemente nos dio las llaves de su casa para instalarnos ahí. Al día siguiente se veló el cuerpo y se hizo guardia entre rezos y oraciones de los familiares. El viernes se llegó la hora del sepelio, y todos caminamos orando y llevando flores y velas blancas, desde la casa de la abuelita Luisa a la iglesia para escuchar misa y después fuimos al panteón en caravana, unos cuantos caminando y muchos más en auto detrás del féretro, hasta llegar al lugar del entierro.
Por la tarde tuvimos que regresar al cementerio, ya que la empresa encargada de tapar la tumba no lo hizo, y nosotros no estábamos dispuestos a dejar así las cosas. Pusimos manos a la obra y entre todos, con cubetas y con lo que se podía, tapamos el tremendo hoyo que se había excavado. Parecía que nunca terminaríamos, pero los que estábamos ahí, solo pensábamos en que teníamos que lograrlo y así fue, la tumba quedó cubierta con sus flores encima. Nosotros quedamos más que cansados, satisfechos de haberlo hecho.
Fueron sentimientos encontrados, por un lado era grato que por fin después de tantos años, yo conocía a la familia materna de mi compañero, pero por otro nos desbarataba la idea de no haber visto con vida a la abuelita que tantas ganas tenía de ver y que era una de las razones principales de este viaje llamado Ruta Nea.
Las tías son un amor, muy guapas y alegres, se nota todo el cariño que le tienen a Arturo y ahora también a Emiliano, pues en todo momento le expresaron su total afecto, y él lo sintió, porque anduvo completamente feliz en El Sauz. Convivimos con doña Cristy desde luego, mi suegra y abuelita de Emiliano, con quien caminé y platiqué, recogimos gualumbus y cortamos nopales. También conocimos a los primos (aunque no llegaron todos), son tantos y no sabíamos de quién era hijo cada uno que les teníamos que preguntar, pues para comenzar son 15 tíos y tías, ¡imagínense cuántos primos!
Anduvimos por caminos de tierra blanca, donde hay una casa cada mil metros cuadrados y desde lejos puedes ver quién viene por el camino, en un ambiente árido con muchos magueyes y con un cielo despejado por las tardes y muy estrellado por las noches. Vimos desde lo alto del monte a la iglesia de El Sauz y las silenciosas callecitas aledañas, con bellos amaneceres y atardeceres, ¡fue realmente un privilegio!
Un día por la mañanita, fuimos al centro en la moto del primo Adán, quien nos la prestó indicando que no tenía freno ni llave, por lo que tenía directo el switch. Bajamos los tres en ella hasta la plazuela principal, vimos que todo estaba realmente limpio, la iglesia recién pintada, sanitarios abiertos al público sin costo, había una cancha de basquetbol y las oficinas de la delegación El Sauz.
Casi ninguna persona caminaba por ahí que pareciera que no vive nadie, tampoco se veían negocios más que una tienda de abarrotes tipo minisúper con área de frutas y verduras, papelería y venta de tortillas hechas a mano. Aprovechamos estar ahí comprando queso y tortillas. Rodeamos el cuadro principal del tranquilo pueblo y volvimos a casa…
Comimos los deliciosos gualumbos, la flor del maguey color amarillo verdoso, que nace del tallo conocido como quiote, el cual brota del centro del maguey hasta alcanzar una altura de unos 6 a 8 metros o más, cuando el maguey llega a su madurez entre los 6 y 12 años, ¡un verdadero manjar! Hay muchas formas de prepararlos, nosotros los probamos con cebolla picada y jitomate, en quesadillas con tortillas recién hechas a mano acompañadas de queso y además, nos deleitamos con unos escamoles en mole con nopales, como verán pura cocina prehispánica, gracias a la tía Francisca, una tía política que nos atendió de maravilla, cuando caminábamos por el lugar y al vernos pasar frente a su casa nos invitó a entrar y nos preparó estas delicias , la verdad nos hizo sentir realmente bendecidos con estos alimentos.
Al siguiente día también probamos el pulque, el cual es “raspado” de los magueyes de la misma localidad y efectivamente, su sabor es único. De hecho lo tomamos directamente con penca, ¡la hoja del maguey como recipiente!
Escuchamos el viento, el canto de los pájaros y pude constatar lo tan feliz que se puede ser sin importar lo material, pero sobre todo, esta fuerte lección nos enseñó a no confiarnos en que los seres queridos están ahí, ¡en cualquier momento todos partimos!, así que si hoy puedes ver y visitar a los tuyos y decirles cuánto los amas, no lo pospongas, hazlo porque ¡la vida es corta y no espera!
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Ruta Nea, diario de un par de tres. Copyright 2018. Powered By Impressive Business WordPress Theme.